Río Quebradón a su paso por el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi Ande.

(Tangara chilensis)
“Para nosotros el territorio Ingi – Ande es un legado que nos dejan nuestros mayores. Ahí no podemos vivir porque es donde habita la gente invisible, es un sitio para conservar, para tomar Yagé y hacer contacto espiritual”,
así lo señala Hernando Criollo, del resguardo Santa Rosa del Guamuez del pueblo Cofán, mientras mira a lo lejos con dirección al Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi Ande (SF PMOIA), ubicado al sur del cerro Patascoy entre los ríos Orito y Guamuez en los municipios de Orito en el departamento del Putumayo, también en los poblados de Pasto y Funes, en el departamento de Nariño.

En este territorio ancestral habitan diversos pueblos indígenas de las etnias Inga, Siona, Secoya, Cofán, Kamëntza y Coreguaje, aunque tienen diferentes lenguas, costumbres y tradiciones, los une la “Cultura del Yagé”, la cual fundamenta su forma de ver la vida, sus sistemas de conocimiento, organización y medicina, que se derivan de los efectos del consumo de esta planta. Este lugar, representa para las autoridades tradicionales un espacio para transmitir a sus futuras generaciones todo el conocimiento y aprendizaje de su medicina y poder usarla de forma sostenible.

“En un estudio que nosotros hicimos al recorrer la cordillera, identificamos más de 617 plantas medicinales, con estas hicimos nuestra botica para podernos curar, lastimosamente en los resguardos ya no se encuentran por causa de la tala de árboles, la pérdida del territorio y el conflicto que ha permanecido por años”,
explica Jesús Chapal, comunero del resguardo Yarinal San Marcelino del Pueblo Cofán. Estas situaciones se han dado por patrones históricos en torno a la extracción, la confrontación por el territorio y el desplazamiento de los pueblos originarios, lo que ha generado conflictos y pérdida cultural.
(Tournefortia gigantifolia)
Planta Yagé (Banisteriopsis caapi)

Cuidar el territorio, una propuesta que nace de las comunidades

Precisamente ante este panorama, los Curacas de la Unión de Médicos Yageceros de la Amazonía Colombiana (UMIYAC), solicitaron a la Unidad Administrativa Especial del Sistema de Parques Nacionales Naturales, la UAESPNN (hoy Parques Nacionales Naturales de Colombia), proteger un área especial para la conservación de plantas medicinales, como una estrategia para contribuir al mantenimiento de la cultura y su sistema tradicional medicinal.

“Nosotros queríamos proteger nuestro territorio, por eso la figura de Santuario fue lo mejor que nos pudo haber pasado, por eso nos sumamos a los diálogos para llegar a unos acuerdos y proteger el regalo de nuestros ancestros”,

aseguraba Hernando Criollo de la Comunidad Cofán.

El 16 de junio del 2008 se declaró el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi Ande, un hito en su momento, porque le apostaba a trabajar desde la visión occidental y el conocimiento tradicional indígena en pro de la conservación en especial de las plantas medicinales.

“Es un hito porque se plantean unos objetivos bioculturales que en su marco protegen las plantas, en este caso el Yagé y toda la cultura que gira en torno a esta planta sagrada, usos y costumbres de los pueblos indígenas en especial los Cofán”,

señalaba Walker Hoyos, jefe del Área Protegida.

El Santuario tiene un 98,70 % de coberturas naturales, en su mayoría bosques densos y algunas zonas con matorrales y vegetación secundaria que han surgido luego de pérdidas de cobertura por deslizamientos de origen natural.

En los acuerdos que se oficializaron con la resolución se detalla como objetivo:

“garantizar la permanencia de un espacio natural para el desarrollo e implementación de los usos, prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas propias de la cosmogonía y la medicina tradicional de los indígenas asociados a la Cultura del Yagé y aportar al mantenimiento de las relaciones ecológicas entre los ecosistemas andinos y los ecosistemas amazónicos”.

Estos objetivos han sido la hoja de ruta para conservar el área protegida, planteando mecanismos para su regulación y correcto aprovechamiento de la mano de las diferentes comunidades indígenas y campesinas.

(Kohleria sp.)

Sin embargo, aun con objetivos claros, al declararse el Santuario, esta área protegida nació con sus propios conflictos: dentro se encontraban personas haciendo uso de la tierra para cultivos ilícitos, eran 15 familias, algunas de ellas no vivían en el Santuario, sino que eran “trabajaderos”, iban a cultivar la coca, pero su vida se desarrollaba en el casco urbano o en el rural.

“Yo ocupaba el Santuario. Llegué hace 16 años, venía de Ipiales a buscar mejores oportunidades, por allá no había mucho y se rumoraba que Putumayo estaba bueno por aquello de la mata de la coca, con la mata se ganaba tres veces más que trabajando el campo con otros cultivos, además acá al menos tenía un pedazo de tierra”,

recuerda José Cuastuza de la vereda El Achiote.

Frente esta realidad, desde Parques Nacionales Naturales de Colombia se inició una caracterización para saber qué proyectos de vida tenían las familias para lograr puntos en común y una estrategia que permitiera la conservación del santuario y la erradicación de la hoja de coca.

Mono chorongo (Lagotrhrix lagotricha)

Cambiar de pensamiento, esa fue la premisa

“Antes de Parques otras entidades hicieron acercamientos con la vereda,  decían que las familias que tenían cultivos de coca podían acogerse a un programa para la sustitución de cultivos, la comunidad ya quería algo más tranquilo y decidió cambiar de pensamiento, esa fue la premisa para la conservación, por eso cuando llegaron de Parques decidimos escucharlos y trabajar con ellos”,

aseguraba Silvio Benavidez, presidente de la Junta de acción comunal de la vereda el Líbano y uno de los firmantes de los acuerdos de sistemas sostenibles para la conservación, el cual se logró después de una mesa de diálogo y con los instrumentos que habilitó la firma del Acuerdo de Paz en 2016.

Uno de ellos, fue el Plan Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) como un instrumento para dar respuesta al punto 4 del Acuerdo que presenta un enfoque para la solución del problema de narcotráfico planteando una transformación de los territorios que se ven afectados por el cultivo y la comercialización de la coca, este pretende superar las condiciones de marginalidad, desigualdad y violencia que se ha perpetuado y velar por un buen vivir. En diciembre de 2017, también se vincularon a los acuerdos PNIS firmados en el Santuario para un mayor alcance a los mismos, recursos del Proyecto de Desarrollo Local Sostenible (DLS), Financiado por la Unión Europea.

Una salida favorable

En este contexto, los campesinos y el equipo de Parques Nacionales Naturales de Colombia vieron una salida favorable, entonces se firmaron los primeros acuerdos diferenciales de sustitución voluntaria para el Putumayo, que dieron paso a otras conversaciones, ya que por ser área protegida no se podía establecer un sistema productivo como estipula el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS).

“Como teníamos la caracterización de las familias y sus intereses, se pudo consensuar en que, quienes no tenían tierra podían establecer proyectos de comercio, así vimos como familias tuvieron la posibilidad de desarrollar proyectos de ferreterías, peluquerías o tiendas. Quienes sí tenían tierra, empezaron proyectos con sacha inchi, yuca, cacao y gallinas”,

comentaba Walker Hoyos, jefe del santuario.

Esta firma se dio en el 2017, de las 15 familias solo 13 firmaron y 2 no se acogieron, con las que no firmaron se hizo el proceso normativo para liberar el área.

“Parques no la tuvo fácil, nosotros estábamos reacios, teníamos discusiones, pero a lo último llegamos a una concertación, salir no fue fácil, pero pusimos de parte y parte, queríamos una vida más tranquila lejos de la coca”,

enfatizaba José Cuastuza. Para las otras familias el tema se dio como una oportunidad de estar cerca al casco urbano y dejar atrás esos caminos de cinco horas para llegar al lugar donde tenían su finca, sin acceso a luz eléctrica y con precariedad.

“Yo salí del Parque, soy de Putumayo, mi padre fundó una de las veredas, estaba buscando mejores oportunidades y así me radiqué yo. En la tierra cultivamos la yuca o lo que se pudiera, pero no teníamos un título o algo formal. Por eso estoy feliz de esta entrega de terreno, voy a sembrar plátano y cacao, y unirme a este trabajo de cuidar la naturaleza”,

dice Ismeria Ruales sin esconder la sonrisa de su rostro.

Río Guamuez límite natural
Serpiente sapa (Bothrocopjias hyoprora)

Desde 2017 a 2023, se han firmado 41 acuerdos tanto individuales como colectivos que se enfocan en: restauración ecológica, sistemas sostenibles para la conservación y acuerdos de conservación y buen vivir. Silvio Benavidez, propietario de la finca Tres Esquinas en la vereda el Líbano, firmó un Acuerdo de Sistemas Sostenibles para la Conservación, en donde se compromete a mantener la conservación de las áreas boscosas y de restauración ecológica en el interior del predio y participar en las jornadas de capacitación concertadas con el equipo del Santuario y ser multiplicador de las experiencias adquiridas en el proceso del acuerdo con las familias vecinas.


Y como los acuerdos son de parte y parte, Parques Nacionales Naturales de Colombia se comprometió a: acompañar el proceso de ordenación veredal como aliado estratégico en el territorio, realizar el acompañamiento técnico a la familia campesina, dictar talleres sobre conservación y sistemas sostenibles además de realizar el seguimiento a las implementaciones enmarcadas en el proceso de Sistemas Sostenibles para la Conservación. Llegar a estos acuerdos es el resultado de un trabajo en equipo y de entender las necesidades tanto internas como externas del área protegida junto a sus comunidades.
En el centro, vista parcial del Área Protegida, Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi Ande – SFPMIOA.

Ahora está el reto de establecer acuerdos de manejo y trabajar por la restauración no solo de los ecosistemas sino de los valores culturales que se afectaron con los cultivos de coca.

“Esa mata la dejó mi Dios, pero la usaron para lo malo, con su cultivo dañaron el territorio, perdimos especies y se vulneró un lugar sagrado; el hogar de Tsampi A´indeku, los seres invisibles que, como nos cuentan los abuelos, tomando remedio de Yagé se fueron para la montaña y se encantaron para resguardarse de los españoles que venían a masacrar. Ellos lograron protegerse y hoy son nuestros guardianes que habitan en la montaña”,

decía Hernando Criollo, de la Comunidad Cofán.

En la cultura y tradición de la Comunidad Cofán, enseñan a los más pequeños cómo los seres Tsampi A´indeku tienen sus chagras en la montaña (Santuario), cómo viven y la fuerza que les dan a su pueblo. Hablan de los que han muerto y los que se han aislado voluntariamente. También hablan del jaguar, la boa y la guacamaya como seres naturales que son la conexión entre lo espiritual y lo natural dentro de la espiritualidad en la cultura del Yagé. Las fuentes hídricas también forman parte de la enseñanza, los ríos Orito y Guamuez son elementos fundamentales de integridad territorial y conectividad cultural y biológica.
Equipo de guardaparques del Santuario Orito durante recorridos de vigilancia y control.

Los caminos espirituales

Para estos pueblos, las principales fuentes hídricas están conectadas a través de caminos espirituales que llegan hasta los grandes ríos.

“El río se ha disminuido, antes era muy grande, pero hoy tenemos la tranquilidad que lo que queda lo podemos cuidar”,

comentaba María Taimal, del pueblo Cofán, del resguardo Santa Rosa del Guamuez, que trabaja en el Santuario y participa en un proceso que pretende profundizar en el conocimiento y fortalecimiento de la “nasipa sehepa” (huerta de plantas medicinales Cofán), considerándola como un escenario fundamental para la perpetuación de la cultura y el conocimiento asociado a las plantas medicinales, así como el diálogo de saberes realizado fundamentalmente con las abuelas. 

El proceso inicia con un reconocimiento de la nasipa y una documentación de las plantas (nombres, usos y conocimientos ecológicos), esto para familiarizarse y aprender cómo utilizarlas. Las aprendices conversan con las abuelas y luego se dan a la tarea de caminar por el Santuario para recoger las plantas medicinales para llevarlas a la huerta.

“Hombres y mujeres, cada uno tiene sus plantas. A nosotras nos corresponde algunas para los dolores y a los hombres el Yoco y el Yagé. Estos recorridos nos permiten tener un espacio con nuestra espiritualidad y tener nuestras plantas a la mano, pero lo más importante preservar nuestras costumbres y así en la montaña poder enseñar a nuestros niños”,
enfatizaba María Taimal. Estas son algunas de las acciones que día a día se realizan en pro de la conservación tanto de la cultura como del Santuario.
(Biophytum somnians)

Los pasos que se han dado son importantes, pero el camino aún es largo, ya que persisten amenazas como la casería, la ampliación de la frontera agropecuaria, la falta de planeación en el ordenamiento territorial y la extracción de petróleo por mencionar algunas.

“Frente a esas situaciones tenemos que responder, por eso adelantamos un trabajo que entiende el área protegida y su gestión en varios escenarios”, 

afirmaba el jefe Walker Hoyos.

 

A su voz se une Hernando Criollo, asegurando que:

“cuando éramos pequeños ya nuestros abuelos sabían de estas amenazas, por medio de la ceremonia del Yagé tenían conocimiento y siempre nos recalcaban que si queríamos vivir y vivir bien, debíamos cuidar la naturaleza, la tierra, sus aguas y los animales, un todo. De ahí que nosotros sigamos con ese legado del cuidado para que nuestros hijos y sus futuras generaciones puedan conocer este Santuario. Mientras nosotros cuidamos desde la tierra también tenemos la seguridad de que los seres invisibles también cuidan de nosotros y del territorio”.