Dijeron sí: la historia de cómo las comunidades locales y Parques Nacionales Naturales de Colombia acordaron conservar las áreas protegidas

De altos y bajos ha sido el camino para proteger la biodiversidad presente en los Parques Nacionales Naturales de Colombia, un camino que tiene como una de sus principales estrategias entablar diálogos y generar acuerdos con comunidades indígenas, afros y campesinos habitantes de estos territorios. En este sentido, se han firmado acuerdos que tienen su génesis en el entendimiento de los conflictos propios de cada área protegida, sus comunidades y la búsqueda de soluciones que le apuesten tanto al bienestar de los ecosistemas como al de las personas.

¡Jum! suena al unísono cuando autoridades de diferentes pueblos indígenas, en este caso los Muriu Muina y el pueblo Koreguaje, que habitan en el Parque Nacional Natural La Paya (en el departamento de Putumayo) están de acuerdo con algunas de las iniciativas que le apuestan a la conservación de sus territorios, las especies que allí albergan y su cultura. Una tarea titánica que requiere aunar esfuerzos entre varios actores como el gobierno nacional, los campesinos, las comunidades indígenas, Ongs y la sociedad en general para que los objetivos de conservar y preservar la biodiversidad del país y en especial de las 65 áreas protegidas del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNNC), sea una realidad y se les haga frente a amenazas tales como la deforestación, la minería ilegal, la ganadería extensiva y la contaminación. 
Vivienda tradicional Murui Muina sobre la ribera del río Caquetá. Fuente: Cristhian Pimiento.
Héctor Fidel Yaiguaje Coca, autoridad yaibain del pueblo Ziobain, en Puerto Leguízamo, Putumayo, vistiendo atuendo tradicional. Fuente: Cristhian Pimiento.

Estas amenazas acechan sus imponentes paisajes que se destacan por ríos de colores, montañas majestuosas, páramos y selvas; ecosistemas que albergan en su interior ejemplares de jaguares, osos, anfibios, aves e infinidad de plantas, todos cruciales para la vida, los cuales requieren de estrategias y acciones concretas que velen por su seguridad y también la de las personas y comunidades que los habitan o colindan, quienes por generaciones han tenido una relación directa con estos ecosistemas de los cuales depende su bienestar en gran medida.

“De la madre Tierra depende todo, acá está nuestro alimento, costumbres y espiritualidad. En el Santuario tomamos nuestras medicinas y pedimos sabiduría, pero reconocemos que nuestro territorio estaba en riesgo”,

enfatiza Hernando Criollo de la Comunidad Cofán, que habita el Resguardo Santa Rosa del Guamuez en el Putumayo y participa en proyectos para cuidar el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi – Ande, que nace por iniciativa de sus comunidades como un clamor para proteger su cultura y no seguir viendo, por ejemplo, cómo los cultivos de uso ilícito acababan con todo a su paso. Estos cultivos tienen presencia en 14 parques (8.400 ha).

Estas son algunas de las situaciones que se presentan en las áreas protegidas a las que se suma que 37 Parques Nacionales Naturales están habitados por comunidades humanas, o en cualquier caso forman parte de territorios más amplios con dinámicas sociales, económicas y culturales particulares, que definitivamente impactan en la conservación, unas veces para bien, otras no tanto. Ante esta realidad, desde PNNC se han creado diferentes rutas para entablar acuerdos, entre varias familias o individuales, para que se alineen a los objetivos de conservación de cada área y aporten a un mejor vivir. 

“Ha sido retador porque nos encontramos con situaciones complejas en donde por ejemplo los campesinos no nos ven con buenos ojos, creen que estamos para sacarlos o para beneficiar a otras comunidades y que no pensamos en sus necesidades”,

señala Heimunth Duarte, del grupo de planeación y manejo de subdirección de gestión y manejo de PNNC.

Gavilán Zancón, Geranospiza caerulescens, vive en tierras bajas, desde bosques caducifolios hasta bosques tropicales y manglares. Se alimenta de roedores, lagartijas, ranas, murciélagos, aves, culebras, arañas, insectos y caracoles. Fuente: Cristhian Pimiento.

A diciembre del 2023 se han firmado 2.822 acuerdos de conservación con campesinos

Yaibain Édgar Ruiz, en la casa de remedio, en Puerto Leguízamo, Putumayo, preparando el yagé para una ceremonia. Fuente: Cristhian Pimiento.

Así se rumoraba en la vereda El Líbano de Orito Putumayo, cuando empezaron los acercamientos para que las 15 familias que habitaban dentro del parque fueran reubicadas.

“Había desconfianza, creíamos que nuestras tierras se las iban a dar a los indígenas. No fue fácil ni para Parques ni para nosotros, había gente que se oponía, pero otros confiaron y firmaron, eran familias cocaleras que con el pasar de los años miraron otros caminos y hoy la historia es otra”,

recuerda Silvio Benavidez, presidente de la junta de acción comunal de la vereda.

Una historia que está en constante construcción y que con el pasar de los años y con los aprendizajes adquiridos hoy permite corroborar que para conservar se requiere de un trabajo conjunto, de llegar a objetivos comunes y saber que el camino es de altos y bajos. A diciembre del 2023 se han firmado 2.822 acuerdos de conservación con campesinos, otros están iniciando o en proceso, cada uno con sus particularidades y retos que en su transcurrir permiten contar historias de familias y comunidades que hoy ven en la conservación de los parques una oportunidad para salir adelante.