Perdido en el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete y en la tenebrosa erupción del volcán Nevado del Ruiz
Como si estos acontecimientos los hubiera vivido hace poco, Guido Fernández, que ofició como guardaparque durante 39 años en el Parque Nacional Natural Los Nevados, habla de sus días de trabajo, los amigos y esos acontecimientos que para siempre quedarán no solo en la memoria sino en lo más profundo del alma, porque como bien lo señala, ser guardaparque es ser cuidador de la vida, incluyendo la propia.
En el corazón del Eje Cafetero, en el complejo volcánico del norte, que está conformado por el volcán Nevado del Ruíz, los cráteres La Olleta y La Piraña, el volcán Nevado de Santa Isabel, el volcán Nevado del Tolima, y los Paramillos del Cisne, Santa Rosa y Quindío, queda el área protegida declarada en 1974, que Guido ha recorrido por más de tres décadas. La apuesta de Guido es clara: contribuir a la conservación y al cuidado del medio ambiente. Una máxima heredada de su hermano, que empezó con el tema ambiental en el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA).
“Yo pasaba mis vacaciones en la regional Pacífico del Inderena, compartía con todos los guardaparques; fue ahí donde me encarreté con el medioambiente”, relata este oriundo de Buga, Valle del Cauca, que casi sin darse cuenta, con cada salida y conexión con la naturaleza, iba despertando el sueño de ser, algún día, parte de los cuidadores de la naturaleza; un sueño que se concretó en 1984 al superar un “proceso largo y riguroso”
para ingresar al equipo del Parque Nacional Natural Los Nevados, donde se protegen glaciares, ecosistemas de súper-páramo, páramo, humedales alto andinos y bosques alto andinos.
Su llegada fue el inicio de muchas aventuras únicas que le mostraron la inmensidad de la naturaleza y la fragilidad del ser humano. Un aprendizaje que corroboró durante la segunda salida de expedición al Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, en el año de 1996. Se visitaron varios sectores del parque, se realizaron levantamientos topográficos e identificación de fauna y flora, que fue crucial para adelantar estudios y realizar la posterior caracterización que arrojó nuevas especies para la ciencia.
Guido llegó a la expedición por una convocatoria que se realizó desde el nivel central de Parques Nacionales Naturales de Colombia para apoyar el recorrido, sin dudarlo se sumó a una de las expediciones por este tesoro natural. En el recorrido, él estaba encargado de las comunicaciones y para mejorar la señal del radio buscó un atajo que lo desvió del sector, así llegó a otro sendero; para guiarse acudió a los rayos de sol que iluminaban la selva.
“Me orienté por un supuesto sol que estaba entrando en la selva y no, ahí fue donde me perdí. Fue una experiencia tenaz el encontrarme en la selva, en esa magnificencia de la selva y sentirme como un pequeño trozo, nada más. Fue abrumador estar perdido en esa selva tan inmensa. Por fortuna pude retornar el camino”.
La fortuna que se puede decir lo acompañó en momentos de angustia e incluso en escenarios de muerte, porque en 39 años de trabajo las historias que se suman van desde las risas contagiosas hasta las lágrimas más dolorosas.
Ese fue el caso del tenebroso 13 de noviembre de 1985 con la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que ocasionó la tragedia de Armero dejando 25.000 fallecidos y miles de heridos. “Tenebrosa, bastante tenebrosa”, ese es el calificativo que Guido le da a ese día. Recuerda que en ese tiempo estaba con su compañero, Rubén Sánchez, estaban acostados en la cabaña las brisas a 4.135 metros de altura, tenían conocimiento de lo que estaba pasando y estaban sintonizados con el Observatorio Vulcanológico, hoy Servicio Geológico Colombiano.
“Nos habían reportado sobre la actividad volcánica meses atrás y el día de la erupción estábamos en esa cabaña y empezamos a sentir unos fenómenos extraños, los cuales reportamos inmediatamente. Nos dijeron que estuviéramos muy pendientes, ya sabíamos qué teníamos que hacer: proteger todos los artículos eléctricos, la radio, la televisión, el equipo que teníamos que protegerlo con los colchones, desconectar todo el sistema eléctrico, tener elementos de protección personal a la mano como el casco, por si caía material piroclástico”.
Cerca de las 8 y 15 pm empezó todo a vibrar y a sentirse unos ruidos muy fuertes, los reportaron inmediatamente y dieron la orden de evacuar. Esperar era todo lo que se podía hacer, esperar a que mejoraran las condiciones, la realidad fue otra:
“empezamos a ver el brillo muy fuerte en la parte alta del volcán y ya después empezó la piedra. Por ahí a las 9:30 pm. volaban chispitas como en diciembre cuando uno ve los juegos pirotécnicos, así veíamos unas chispas, con mucho brillo. Ahí sí salimos para Manizales, reportamos todo y al otro día nos dimos cuenta de lo que había ocurrido con Armero tristemente”
cuenta con expresiones de dolor y horror en su rostro.
Ante la emergencia, Guido y sus compañeros siguieron firmes en su labor, regresaron a la cabaña Brisas para tratar de evacuar a las demás personas que quedaron de la comunidad.
“Toda esa semana estuvimos sacando todo el personal y luego con visitas esporádicas subíamos a la cabaña a las 6:00 am en las motocicletas, y bajábamos a las 4:00 de la tarde. Así pasamos casi un año hasta que la actividad volcánica se estabilizó”.
Tras el fenómeno natural, el parque estuvo cerrado casi 8 años, un tiempo en el cual el área protegida continuó con su misión de conservación.
Para Guido, el Parque Nacional Natural Los Nevados significa vida. Sus 39 años de trabajo se destacan por recorrer caminos con abundancia de flora y fauna, de conocer compañeros que se convirtieron como hermanos y de saber que nunca un día iba a ser monótono. Entre la alegría y la nostalgia, deja atrás físicamente la vida de un guardaparque que no es ajena a las dificultades, desavenencias, a las tristezas, pero está la satisfacción del deber cumplido. Y lo deja solo físicamente, porque tiene la convicción de seguir educando en lo ambiental a quienes lo rodean. Cultivar plátano, tener gallinas, caminar, leer y tomarse una buena copa de vino con su esposa forma parte del itinerario para su vida de pensionado, pero antes una última historia, que parecen tres.
“En 1986 tuve la oportunidad de realizar el primer ascenso al Nevado del Ruiz, subimos en bota plástica, con guantes de lana, fue espectacular ver ese volcán activo. Al pie del glaciar había una piscina de lodo donde se veía hervir el volcán, también había azufre cristalizado alrededor. Por esos días, para probar que se había subido al cráter del volcán uno tenía que bajar con un pedazo de azufre cristalizado en el bolsillo.
Después hice Santa Isabel, sin los medios adecuados, pero subimos con Nelson Cardona, un gran montañista. Con esta subida, que hicimos en dos etapas, vimos el glaciar, espectacular, pero ya no queda mucho. Ya encarretados con el tema, empezamos a buscar equipos, los visitantes extranjeros que llegaban al parque nos suministraban algunos de ellos.
El nevado del Tolima también lo subí, ese tiene muchos retos, como era un glaciar gigantesco ya teníamos mejores equipos por motivos de seguridad. Estar en esas alturas es hermosísimo, esas subidas al Tolima fueron por monitoreo, allí tuvimos una estación de vulcanología instalada para hacer monitoreo y vigilancia.
Nuestra última base era la Laguna del Otún, allí llegábamos en moto, armábamos el equipo para irnos al sector del Valle del Placer, nos demorábamos unas siete horas en mula, al Valle llegábamos a una casa abandonada que por muchos años fue nuestro campamento, subíamos a revisar el sismógrafo y actualizarlo.
Me llena de felicidad cada lugar que pude visitar, el conocimiento que he adquirido y que he podido trasmitir a esta nueva generación que están llegando a cumplir con esta labor ambiental de protección, solo me queda por decir que cumplí con mi labor”.