Parques Nacionales Naturales rinde homenaje Juan Pablo Ruiz
Juan Pablo Ruiz tenía apenas 18 años cuando aceptó administrar la cantera de sus padres que quedaba en El Codito, un barrio de la parte alta de los cerros nororientales de Bogotá. Todo parecería indicar que su vida estaría destinada a derribar la montaña, y con ello, todo lo que vive en ella. Por fortuna, el montañismo, la influencia familiar y sus escaladas a los picos, muchos ubicados en los parques nacionales, aumentaron, como él mismo dijo, «su sensibilidad y aprecio por los espacios naturales y los ecosistemas conservados».
El «ecologista con buldócer», como le decían cariñosamente sus amigos, aprendió que la conservación no es una cuestión de blanco y negro. Su experiencia en El Codito le enseñó que cuidar y proteger la biodiversidad debía ir de la mano con las necesidades de las comunidades. De allí que constantemente, en sus clases, conferencias y charlas, siempre decía que un buen ambientalista debía abandonar un poco la teoría y acercarse al pragmatismo y a la experiencia de caminar no solo los paradisíacos paisajes colombianos, sino las veredas, pueblos y caseríos para conocer la relación que sus pobladores tenían con el medio ambiente.
El ambientalismo de Juan Pablo Ruiz fue reconocer que la naturaleza no se encontraba aislada del quehacer de las comunidades. Quizás esa sea una de las mayores enseñanzas que él dejó a sus familiares, amigos y a toda la sociedad colombiana. Juan Pablo, más que un ambientalista de escritorio o catedrático, fue un aventurero. Recorrió y amó las cumbres del país y del mundo.
Y esa vida azarosa, y por qué no, voluntarista, lo llevó a tomar posiciones audaces. Frente al cambio climático, una vez escribió en uno de sus ensayos: «Frente al cambio climático hay muchos dilemas y opciones para la acción, pero tenemos que hacer lo mismo que hacían los areneros de El Codito para sobrevivir, es decir, actuar con realismo y determinación. Si queremos sobrevivir, tenemos que actuar, y actuar ahora. Atenuar el cambio climático exige acción y arrojo; los costos de la inacción son mayores que los de la acción; debemos definir las estrategias y proceder, superando el discurso y pasando a las acciones concretas».
Y así, se la pasó pregonando que había que abandonar el discurso para acoger la acción. Una filosofía que él ponía en práctica en el montañismo, otra de sus pasiones. Para él, escalar montañas era una escuela y no dejaba escapar oportunidad para compararla con la vida cotidiana y con el ambientalismo. Alguna vez dijo: «Enfrentar la crisis climática es como subir una montaña en equipo: cada uno tiene una función y la debe cumplir según su capacidad, pero todos debemos tener claro el objetivo de llegar a la cima como grupo y ser conscientes de que las acciones de unos afectan a otros. Solo trabajando en equipo, con los aportes de cada persona al propósito colectivo, lograremos atenuar los efectos del cambio climático».
Su amor y sentido de pertenencia hacia los Parques Nacionales Naturales constantemente salían a relucir en sus anécdotas, ensayos académicos o columnas. Entre muchas frases que dijo y escribió, nos quedamos con esta que refleja el profundo amor que le tenía a las áreas protegidas del país: «Como colombianos, debemos visitar y disfrutar nuestros PNN y contribuir a su conservación como parte del patrimonio común que todos con orgullo debemos defender».