
El recuerdo de una madre y el encuentro con la muerte
A Jaime Eduardo Quintana lo retuvo el tercer anillo de seguridad del Cura Pérez, quien fue comandante en jefe del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Estuvo amenazado, pero el recuerdo de su madre y el respaldo de las comunidades lo mantuvieron firme. Aunque estuvo cara a cara con la muerte, no retrocedió en su labor de proteger el medioambiente.
Por María Alejandra Moreno Tinjaca

“Mi mamá sabía de mi pasión por el campo. Ella fue quien me inscribió a la convocatoria. Me presenté en 1991: en la prueba obtuve el primer puesto, pero en la entrevista quedé de segundo. Mi mamá falleció en junio de ese año. Aun así, logré entrar al Inderena, donde autorizaron dos técnicos: uno para Tamá y otro para Estoraques.
“El director de ese entonces, Gabriel Aldana, de la sede de Pamplona, me llamó y me dijo: ‘Su mamá me contó que fue ella quien lo inscribió, trajo los papeles y todo’. Eso fue en julio, y en septiembre me llamó nuevamente. Decidí aceptar el trabajo”,
recuerda Jaime Eduardo Quintana, quien ingresó al Parque Nacional Natural Tamá y más adelante se desempeñó como técnico administrativo en el Parque Nacional Natural Serranía de los Yariguíes.
Han pasado 34 años desde que inició su camino en la conservación ambiental, y el recuerdo de su madre sigue más vivo que nunca. Ella supo ver en él una pasión que hoy, pese al tiempo y las dificultades, se mantiene intacta, enriquecida por la experiencia. Comenzó en el área administrativa, en la sede de Pamplona, trabajando en temas de personal. Luego, con la desaparición del Inderena, tuvo que trasladarse a Bogotá a entregar todo al Ministerio.
Su trayectoria continuó en Tamá, donde trabajó varios años. Sin embargo, por temas de seguridad, fue trasladado a la costa Caribe, al Parque Isla de Salamanca, donde apoyó el proceso de recategorización del Vía Parque.
“Yo estuve en ese proceso. Luego volví a Estoraques y, más adelante, me solicitaron para apoyar la creación del Parque Serranía de los Yariguíes, hacia 2003”, relata.

Las relocalizaciones fueron una constante
“Mis primeras experiencias fueron en el Parque Nacional Natural Tamá, que hace parte de la ecorregión del Macizo de Tamá, un bloque montañoso que se adentra en Venezuela desde Colombia, a partir del llamado Nudo de Pamplona. Queríamos ingresar a la parte sur, hacia el río Margua, donde hacía años no se llegaba.
“Aunque supuestamente se trataba de un proceso de acercamiento, llegó el día en que todo el grupo del Parque fue desplazado. Nosotros teníamos nuestras reservas: un compañero ya fallecido había sido testigo de un trágico episodio en 1988, cuando asesinaron a dos funcionarios de la división de parques del Inderena. Otro compañero, Darío, tuvo que huir por el río Margua y desaparecer durante varios días para salvar su vida. Él aún cargaba ese recuerdo.
Con ese antecedente en mente, nos enviaron al Margua. Salí de la sede y viajé todo el día. Llegué en la noche y, al día siguiente, tras dos horas de caminata, fuimos retenidos por el tercer anillo de seguridad del Cura Pérez, Manuel Pérez Martínez, comandante en jefe del ELN.
Recuerdo que quien nos interceptó era un hombre alto, muy amable, pero con una ametralladora en las manos. Eso era aterrador. Nos pidió hablar. Yo, con los nervios al límite, traté de explicarle a qué íbamos. Hablé de educación ambiental, un tema que siempre me ha apasionado. Les explicamos nuestra labor y la importancia de la participación social en la conservación. Pero para ellos la realidad era distinta: les habían dicho a las comunidades que íbamos a sacarlas del Parque. La orden del Cura Pérez era clara: ‘liquidar el problema’”, rememora Jaime.
“El hombre bajito me dijo: ‘Vamos a hablar allá’. Yo fui el primero en pasar. Pensé: me van a matar. Me bajé y, en un acto de súplica, saqué mi billetera. Imagínese: con los nervios, le mostraba fotos y le decía: ‘Esta es mi familia, hermano. Soy padre’. Él me miraba…”, dice Jaime con la voz entrecortada por las lágrimas.
“Por tercera vez me dijo: ‘Vamos a hablar, no le va a pasar nada’. Yo le respondía: ‘¿Lo jura?’. Y él me decía: ‘Se lo juro, es que está lloviendo’. Y sí, estaba lloviendo. ‘Vamos a hablar, es que no me quiero mojar’, me decía. Y hablamos otro rato. Fue una de las conversaciones más difíciles de mi vida”.
Al regresar, César, mi compañero, estaba perdido, traumatizado. Lo escuché gritar:
‘¡Jaime, Jaime! ¿Dónde está Jaime? ¡Lo mataron! Yo lo abracé y le dije: ‘Aquí estoy, hermano. Soy yo’. Esa ha sido una de las historias más duras de mi vida, pero nunca me quitó la pasión de seguir trabajando por las comunidades y el medioambiente”.
Un legado construido con pasión y convicción
De su paso por varias áreas protegidas, Jaime destaca con orgullo la recategorización del Vía Parque Isla de Salamanca y el proceso de declaratoria del Parque Nacional Natural Serranía de los Yariguíes, donde participó desde el inicio hasta su consolidación. En cada traslado, su familia fue su ancla y fortaleza.
“A donde me movían, iba con mi familia, de vacaciones o para quedarnos. Así conocieron mi trabajo y entendieron cómo ayudamos a las comunidades, que también se convirtieron en parte de nuestra familia”,
concluye Jaime Eduardo Quintana, quien hoy goza de su pensión, con el corazón lleno de memorias, aprendizajes y amor por el territorio.