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Seis décadas de conservación

En Colombia, la conservación ha sido una preocupación oficial desde 1938, con la creación por parte del Ministerio de Economía Nacional, de las Reservas Forestales de Río Guabas, Río Cali y Cerro Dapa–Carisucio en el Valle del Cauca, y luego en 1941, cuando el país se adhirió a la Convención Panamericana para la protección de la fauna, flora y bellezas escénicas naturales. Poco después, en 1943, el mismo Ministerio declaró como “zona vedada para caza y pesca” el área del embalse del Muña; más tarde, en 1948, se declaró la zona de La Macarena como ‘Reserva Biológica’.

El inicio del Sistema de Parques Nacionales Naturales se dio en 1960, durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo con la declaratoria por parte del Ministerio de Agricultura de la primera área protegida el Parque Nacional Natural Cueva de los Guácharos con una extensión de 700 hectáreas, luego de su creación, el proceso continuó, en 1964 se crean los Parques Nacionales Naturales Tayrona, Sierra Nevada de Santa Marta y Vía Parque Isla de Salamanca, y en el año 1968, cuando se reservaron con igual régimen como Parques Nacionales Naturales, las zonas de Puracé y los Farallones de Cali. Entre tanto, se estableció el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA), y los parques nacionales creados hasta ese entonces pasaron a ser manejados por la División de Parques Nacionales de dicha autoridad ambiental.

En 1974, se adoptó el Código Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente, reconocido por juristas del mundo como una de las normatividades pioneras en la materia, y ejemplo para América Latina. En él se desarrolla el concepto de ‘Sistema de Parques Nacionales’.

Hoy en día en las 59 áreas del Sistema de Parques, se conservan ecosistemas estratégicos para el país por los servicios ambientales que prestan; sitios de patrimonio histórico y arqueológico; áreas representativas de la biodiversidad nacional; especies de fauna y flora únicas, así como la forma de vida de culturas ancestrales.

Estas áreas protegidas aportan innumerables bienes y servicios ambientales, que permiten la obtención de agua dulce para el beneficio del hombre, la agricultura y de la industria en el país, permiten la estabilidad climática, la prevención y mitigación de los efectos del cambio climático global, al mejoramiento de la calidad del aire, la polinización, prevención de los desastres naturales, aportan a la salud humana y la seguridad alimentaria al servir como zonas de recarga de los recursos pesqueros. También se destacan otros beneficios como la conservación de la diversidad genética, biológica y de recursos naturales renovables, la protección de cuencas y de suelos, el control de erosión costera y la sedimentación, la recreación y el esparcimiento, gracias a la belleza escénica que brindan sus paisajes, así como, además, en ellas se conservan los valores tradicionales, históricos y culturales que permiten darle esa identidad a Colombia de país multifacético.

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